La palabra cáncer es un término muy amplio que abarca cientos de enfermedades distintas. Cada una de dichas enfermedades se consideran independientes: tienen sus causas, su pronóstico, su evolución y sus tratamientos específicos.
No obstante, existe un denominador común en todo tipo de cáncer que es la capacidad adquirida por las células tumorales de multiplicarse sin control y diseminarse por todo el organismo. Las células normales se dividen y mueren en un periodo de tiempo, pero las células cancerígenas pierden la capacidad para morir y se dividen casi sin límites. Tal multiplicación forma unas masas –"tumores"-, que al expandirse pueden llegar a destruir y sustituir a los tejidos normales.
Por tanto, el cáncer se origina cuando las células normales se transforman en cancerígenas, es decir, adquieren capacidad replicativa e invasiva. Este proceso se conoce como carcinogénesis.
La carcinogénesis es un proceso largo y puede dividirse en varios pasos fundamentales:
El proceso de carcinogénesis es, por norma general, muy largo: puede tardar varios años en llevarse a término, dado que es necesario que se produzcan varias alteraciones celulares y de forma acumulativa.
Además, existen algunos tumores que se denominan "benignos", pues se desarrollan a un ritmo muy lento y no llegan a diseminarse ni a infiltrarse en los tejidos cercanos.
No obstante, puede ocurrir que alguno de los genes dañados haya sido heredado de los padres (mutaciones génicas heredadas). En estos casos, los pacientes asumen un mayor riesgo: el cáncer se desarrollará más precozmente, pues son necesarias un menor número de mutaciones adquiridas en vida.
Se estima, sin embargo, que solo el 5% de los cánceres tienen, exclusivamente, una causa genética: la mayoría se producen por una combinación de susceptibilidad genética e interacciones ambientales.