Blog de la Fundación OncoSur

Alimentación y cáncer

Alimentación y cáncer
Lunes, 18 de Noviembre 2019
Cada vez más estudios demuestran el relevante papel que el estado nutricional del paciente con cáncer desempeña a lo largo del proceso oncológico. Un estado nutricional normalizado permite que los pacientes tengan una mejor calidad de vida, presenten una mayor tolerancia a los diferentes tratamientos oncológicos (quimioterapia y radioterapia) y logren, por tanto, un mejor pronóstico de supervivencia global.

 En cambio, aquellos que se encuentran en estado de desnutrición están más condicionados a un sistema inmune deprimido y presentan una peor tolerabilidad a los tratamientos, siendo necesario en algunos casos espaciar el tiempo que transcurre entre una sesión a otra o, inclusive, interrumpir el tratamiento. Tal y como afirma Marta Ruiz Aguado, nutricionista en oncológica médica del Hospital Universitario del 12 de Octubre: “existen casos en los que una situación de desnutrición junto con un sistema inmunitario debilitado condicionan la dosis o frecuencia de tratamiento a recibir”.


Para lograr una adecuada supervisión del paciente desde el punto de vista nutricional es necesaria la integración de los nutricionistas o especialistas en alimentación a lo largo del proceso oncológico. De esta forma, gracias a su labor, es posible realizar una evaluación previa al tratamiento e implantar un seguimiento nutricional de base en el que se incluyan pautas y se establezca un tratamiento específico acorde al riesgo de malnutrición del paciente. En especial en aquellos cuyos tumores que afectan a cabeza y cuello o al aparato digestivo.


¿Cómo afecta la enfermedad a nivel nutricional?
Las personas con cáncer tienen unas necesidades energéticas mayores que las habituales porque, en ellas, la enfermedad ocasiona un mayor consumo de energía y proteínas. También se ve afectada la masa muscular, produciéndose una pérdida por la propia enfermedad y acusada por la falta o reducción de ingesta de proteínas que el organismo necesita. Estos dos factores junto con una baja actividad física del paciente condicionan la recuperación de la masa muscular perdida. Existen ya evidencias que relacionan esta disminución de la masa muscular con un peor pronóstico y una peor tolerabilidad de los tratamientos.


Por otro lado, es necesario tener en cuenta que los tratamientos más utilizados en el abordaje del cáncer como son la quimioterapia o radioterapia, provocan una sintomatología asociada que afecta a nivel nutricional, sobre todo en aquellos tipos de cáncer que afectan a órganos/zonas implicados en todo el proceso de masticación, deglución, digestión y absorción de los alimentos. En el caso de la quimioterapia, en función del tipo de medicación que se emplee, puede resultar habitual que se experimenten náuseas, vómitos, mucositis o diarrea. En lo referente a la radioterapia, los síntomas más frecuentes son mucositis, xerostomía (boca seca), dificultad o dolor al tragar, así como alteraciones en el gusto y olfato lo que hace que el proceso de alimentación sea tedioso y muy desagradable para el paciente. “En pacientes afectados por cánceres de cabeza y cuello que reciben radioterapia, es habitual que no puedan tomar alimentos sólidos, limitando la ingesta a dieta túrmix o alimentos triturados, lo que complica la nutrición del paciente” prosigue Marta.


Los tratamientos también pueden provocar alteraciones en el sentido del gusto. Se pueden dar cambios en el sabor de los alimentos y que estos tengan, en mayor o menor medida, cierto gusto metálico o amargo. Es lo que se conoce con el nombre de disgeusia. Este efecto secundario puede llegar a provocar rechazo a la hora de comer, aunque, existen pautas que son de gran utilidad para minimizar su impacto. En otros casos, los pacientes pueden experimentar una ausencia del sabor de los alimentos, ageusia, con la consiguiente pérdida del apetito por la ausencia de placer que la comida provoca en su ingesta.


Resulta, por tanto, habitual que, durante los tratamientos, los pacientes experimenten pérdida de apetito, astenia o debilidad provocando que el paciente disminuya la ingesta y en consecuencia se dé una pérdida de peso importante. Sin embargo, parte de esta sintomatología asociada desaparece o remite gradualmente una vez finaliza el tratamiento, a excepción de aquellos casos en los que se han radiado zonas de la cabeza y el cuello. “Si se ha radiado la zona de la boca, provoca que los pacientes ya no generen saliva porque se han quemado las glándulas salivales. Por tanto, hay mayor dificultad a la hora de comer alimentos sólidos, duros o secos, como un filete a la plancha, frutos secos o cereales”, prosigue la nutricionista Marta Ruiz.


Si tenemos en cuenta la tipología del tumor, podríamos decir que los que más pueden llegar a afectar a nivel nutricional son los cánceres de cabeza y cuello y todos aquellos que afectan al aparato digestivo. Además, si sumamos que en el tratamiento oncológico hay una cirugía de resección de parte del estómago, parte del páncreas o parte del intestino, es posible que se produzcan procesos de peor metabolización de los alimentos, malabsorción y diarrea, lo que acentuará déficits nutricionales.


Me acaban de diagnosticar cáncer ¿tengo que seguir una dieta específica?
Una vez que se confirma el diagnóstico es común que los pacientes planteen dudas a nivel nutricional. Según la nutricionista Marta Ruiz, “principalmente cuando acuden a la consulta, no saben qué comer y, además, desconocen la importancia de la ingesta proteica. También es posible que lleven a cabo medidas que no les benefician como por ejemplo realizar dietas restrictivas o comer únicamente alimentos poco calóricos como fruta y verdura porque no les apetece tomar alimentos más densos. Si se está produciendo una pérdida peso, este tipo de restricciones en la alimentación empeora la situación nutricional y genera carencias a otros niveles”.


En líneas generales, la alimentación ha de ser lo más natural y lo menos procesada posible para que los nutrientes que se aporten sean de la mayor calidad. A día de hoy no hay evidencia científica de dietas que consigan remitir la enfermedad y las principales recomendaciones se basan en seguir una dieta mediterránea adaptada a cada individuo en función de la sintomatología que presente, su estado de salud general u otros factores.


En cuestión de alimentación, no se puede generalizar, depende de cada paciente, de la patología que presente… Encontramos casos donde los pacientes son pluripatológicos y tener diagnosticado a su vez diabetes, hipertensión o intolerancia al gluten hacen que resulten casos más complejos y específicos. En otros casos, por ejemplo, hay que tener en cuenta las texturas de la alimentación o determinar la cantidad que tiene que consumir en cada grupo de alimentos” comenta Marta Ruiz.


Otras de las recomendaciones establecen el número de veces que hay que alimentarse a lo largo del día. En lugar de realizar tres comidas principales, racionarlas en 5 a 6 comidas diarias compuestas por pequeñas cantidades de alimento, lo más enriquecidas posibles y personalizadas a las necesidades de cada persona. Hábitos como este pueden ayudar a minimizar o incluso eliminar la sensación de fatiga que las personas pueden experimentar durante el tratamiento, favoreciéndoles una buena tolerancia a los alimentos.


También es común que estas dudas resurjan una vez se haya finalizado el tratamiento, pero, a no ser que existan pautas específicas, se ha de seguir una alimentación saludable y evitar caer en el consumo de alimentos muy procesados, aditivos, conservantes o grasas saturadas.